La gente de todos los tiempos republicanos del Ecuador, se acostumbró a ver el raro desfilar por el palacio de Carondelet, de tantos adictos sedientos o enfermos por el poder y el dinero, con excepción de dos estadistas que transformaron la vida aturdida en el manejo del Estado. Allá llegaron: desde militares blandiendo su sable como símbolo de fuerza, de cuyo uniforme brotaban tantas condecoraciones como si hubieran sido generales triunfantes de una guerra galáctica; hasta señoritos de la rancia alcurnia que no sabían para que les colocaron la banda presidencial; y, también, unos cuantos forajidos de discurso meloso con el cual engatusaron a la gente. He ahí, como nuestra sagrada patria se desenvuelve entre la pobreza y la miseria mayoritaria; la riqueza en manos de unos pocos que se acostumbraron a vivir de privilegios; y, el desastre en el manejo político de los gobiernos.
Evidentemente, la llamada clase política dirigencial, no ha respondido a las necesidades de desarrollo del país. Casi todos los gobiernos han carecido de un liderazgo propio de estadistas; si tuvimos líderes, desafortunadamente fueron populistas que con sus discursos falsos: incendiaron la mente de sus seguidores para anularles la capacidad de discernimiento, a fin de vivir en el poder. Y eso nos ha pasado y nos está pasando; no sabemos hasta cuando, ya que, por ahora, mientras exista esa polarización de gente que sigue a quienes solo les interesa el poder para satisfacer sus ambiciones personales y de grupo, seguiremos en esa cruel marcha que nos han impuesto.
¿Qué necesita el Ecuador para salvarnos de esos males que asoman de tiempo en tiempo? Un líder con dotes de estadista que tenga visión de futuro, con conocimiento profundo de la realidad nacional para que pueda ver más allá de las reelecciones; con sabiduría para resolver los problemas sociales mediante la implementación de grandes planes de desarrollo a mediano y largo plazo. Un gobernante que escuche, dialogue e inspire confianza por su capacidad de comunicar. Pero, por, sobre todo, tiene que ser un probado patriota con talento y gran talla moral que haga de la ética política, un santuario de la verdad, la equidad y la justicia. Del resto, los ecuatorianos haremos nuestra parte.
El líder estadista no busca su brillo personal ni se aprovecha de las circunstancias para hacer creer que es un salvador; él, trabaja y lucha por el desarrollo integral de la patria, mejorando las condiciones de vida de los menos favorecidos, mediante proyectos aplicables, técnicamente estudiados y elaborados de acuerdo a las necesidades de la población y con el fin de integrarlos al desarrollo global de la nación. Es que su visión de futuro y a largo plazo no le permite centrarse en obras esporádicas y desconectadas del todo. El líder estadista sabe tomar decisiones difíciles en momentos adecuados, invocando con honesta habilidad, la necesidad de aunar esfuerzos para llegar a los objetivos que beneficien a todos, donde el que tiene más, debe dar más, para que no afecte la economía de los más pobres.
Si tuviéramos un presidente estadista con liderazgo positivo para dar el salto hacia el desarrollo, cualquier esfuerzo equitativo valdría la pena. Pero no, en Ecuador primero se perdonan las deudas a los grandes empresarios, luego, se obliga a pagar más impuestos a los pobres porque ellos por el número, son los que más consumen y se entregan bonos para que sigan pobres. Se utiliza el temor y el miedo como métodos estratégicos para hacer creer que son indispensables en el poder. Nuestros gobernantes han sido y son, lo que la Dra. Jean Kim afirma: “La historia se repite debido a la naturaleza humana. Una y otra vez en la historia, y hoy incluso en el ámbito laboral y más allá, parece que cierto tipo de personalidad sigue apareciendo en puestos de poder: el tirano. Son sorprendentemente similares: carismáticos y encantadores, pero también calculadores y crueles. Suelen presentar una combinación de rasgos propios del trastorno de personalidad narcisista y antisocial, como falta de empatía, grandiosidad, ansia de poder y control, mentiras y engaños, indiferencia hacia las leyes, normas o la moral convencional, entre otros. El reconocido psicoanalista Otto Kernberg y otros a menudo denominaron a este tipo de «narcisista maligno».
Loja – 28 – X – 2025
Luis Alulima Benítez


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